Hace
unos años, mientras transitaba los primeros pasos de una adultez a la que nunca
terminé de llegar, pasé una noche con una mujer hermosa, cuya belleza —por más
autoestima que tuviera— no podía compensar. El único registro de ese encuentro
es mi memoria.
Esa
noche me hizo creerme tantísimo mejor de lo que era, y para confirmarlo presumí
durante un buen tiempo de haber tenido una única buena noche. No hubo heridos
de consideración, pero mucho tiempo después quisiera que la tierra se tragara
las palabras dichas.
Hoy
empecé a leer El Montaje Obsceno de
mi amigo, el escritor santiagueño, Claudio
Rojo Cesca. En el cuento que titula al libro una profesora mantiene una relación
con su alumno. No pude evitar recordar un caso viral de hace algunos años,
también con protagonistas santiagueños, de igual trama. Al ver el video del escándalo,
lejos de indignarme, pensé qué linda chica,
demasiado bella para un partenaire tan fulero. Tanto me impresionó la
hermosura de esa mujer que aún hoy recuerdo su nombre: Lucita.
¿Por
qué se viralizó el video? Al parecer el 4
de copas quiso presumir de ser el semental de su barra de amigos y divulgó
el video, así como se han divulgado otras tantas filmaciones de mujeres que no
han escandalizado a la opinión pública.
¿Por
qué no me escandalizó aquel caso? No sé. Alguna vez tuve la edad del pibe y entonces
me hubiera gustado correr su misma suerte, sobre todo con una mujer como
Lucita.
¿Qué
fue de la vida de los protagonistas? Consulté a amigos santiagueños. De la
profe nada se sabe. Aparentemente ya no vive en la provincia. El pibe no le
interesa a nadie. Me reconforta imaginármelo mendigando afecto con chicas de su
edad, mintiendo que ya aprendió la medida de las cosas, y siendo rechazado una
y otra vez en solidaridad a todas intimidades destrozadas.
Nada... eso. Tenía ganas de contarlo.