lunes, 30 de julio de 2018

Buzos

El programa Nunca Se Sabe, conducido por dos genias como Angie Pagnotta y Soledad Hessel, propusieron la consigna "¿Qué experiencia tuviste relacionada al misterio?", el mejor relato ganaba un libro sorpresa. 
A decir verdad, no sólo las musas, la suerte y la fortuna han pasado de mí, sino también los fantasmas.
En mis años de estudiante en Córdoba tuve una amiga que vivía en estado paranormal. Así que conté cómo sus facultades místicas adivinaron el pasado de una ex.
Obtuve la primera mención...(Cebollitas subcampeón!)
Felicitaciones Emanuel Rosso, buenísimo tu relato.

NdA: Nadie resultó herido mientras escribía este texto.



Buzos

 

Con Momi nos conocimos en El Dante, un palacete del siglo XIX con treinta y tantas habitaciones, devenido en pensión de mala muerte, donde cada cuarto podía albergar hasta cuatro estudiantes.
Por las noches deambulábamos de habitación en habitación, buscando socializar, compartir unos mates, o con quien dividir a medias los gastos de la cena.
Así nos hicimos amigos.
La antigüedad y el mal estado del edificio despertaban todo tipo de fantasías, y pronto cada habitación tenía la historia de su propio fantasma. Los fines de semana era común que el Juego de la Copa se celebrase con docenas de participantes.
Por entonces Momi confesó que veía apariciones, buzos los llamaba ella. Se trataban de siluetas grises que se movían por los mismos espacios que nosotros, como si no estuviéramos. Según dijo empezó a verlos durante la pubertad. No estaba segura de qué se trataban, suponía que no eran fantasmas sino otro tipo de entes del mundo espiritual. Nadie la cuestionó, no queríamos ofenderla, pero sonaba a bolazo y era más divertido creer en almas en pena por los pasillos de la pensión.

Con A nos conocimos en un boliche. Nos caíamos mal, pero nos gustábamos y teníamos buen sexo. Al cabo de unos cuantos encuentros decidimos darle nombre a lo nuestro, nombre que aseguraba la exclusividad del otro. Los fines de semana salíamos a bailar y en las previas fue conociendo a mis amigos.
La primera vez que Momi la vio palideció. No noté su miedo hasta que varios minutos después advertí que no podía seguir el hilo de la conversación. Cuando pregunté qué le pasaba me llamó en privado.
—Hay una mujer detrás de A.
—¿Un buzo?
—No, una mujer. Una de unos treinta, está en pijama. No se despega de ella. Sabe que la veo y me hace señas.
—¿Y qué te dice?
—No sé, nunca había visto una aparición tan nítida. Tengo miedo. Esta noche no salgo. Por favor, cuando estés con A, no te arrimés a mi dormitorio.
Y se fue. No intenté convencerla de que se quede.

Cuando A me visitaba y Momi la cruzaba en los pasillos, se aterraba; incluso una vez que estuvo muy cerca suyo llegó a orinarse.

—Maté a mi mamá —dijo A tiempo después mientras fumábamos en la cama.
—¿Cómo? —Su frase me espabiló. No sonaba a chiste.
—Que maté a mi mamá. En realidad hice todo para que muriera. Tenía 8 años.
—Con esa edad no podés matar a nadie. Mucho menos a tu vieja.
—Sí. Lo hice. Soy mala.
No contesté.
—Cuando tenía 5 mi mamá se enfermó de los nervios. El tema es que el tiempo pasaba y se ponía peor. Y no sé por qué no la recibían en el loquero. Como lastimaba a los demás, y también se lastimaba ella, pasó sus últimos meses esposada a la cama. Una tarde volví de la escuela. Mi papá estaba trabajando y la empleada había ido al súper. Sabía dónde  mi viejo guardaba el revólver, y dónde las llaves de las esposas. No lo hice para terminar con su sufrimiento, lo hice porque sí, porque ya desde chica era mala. Puse el arma sobre la mesa de luz y la solté. Miraba dibujitos cuando escuché el disparo.
Lo dijo fría, sin inmutarse. No encontré palabras para decirle. Aunque sabía que al confesar eso por primera vez se liberaba de una gran carga, no me nació abrazarla. Le fallé como novio.

Un mes más tarde alguien me dijo que la había visto a los besos con un policía. Cuando la consulté y no me lo negó, terminamos.
Esa misma tarde, mientras quemaba varias fotos que A me había regalado de sus distintas edades, Momi se acercó a darme un abrazo de consuelo, y señaló una diciendo que esa era la mujer que había visto. En la foto se la veía a A de pocos meses tomando la teta.

viernes, 13 de julio de 2018

Nota para Caminos de Tinta

Les dejo una nota que me hicieron para Caminos de Tinta. Como bien ya saben, nunca digo nada interesante pero soy muy simpático! Muchas gracias a Mati Gómez y todo el staff de esta gran página dedicada exclusivamente a la divulgación de escritores puntanos.



El narrador como testigo y decorador


“Juanci” Laborda acaba de presentar su primer libro, “Historias e Histerias (sobre cabellos más fuertes que yuntas de bueyes)”. Entre risas y confesiones dialogó con CdT.


Juanci Laborda presentó su primer libro Historias e Histerias.

“Los cuentos tienen un hilo conductor que es el deseo hacia el ser amado. Tenés de todo un poco, podés encontrar cuentos irónicos, con humor, retorcidos, policiales”, explica el autor de 37 años, que desde 2011 produce y conduce “Cuentos Criollos”, una programa radial sobre la narrativa argentina contemporánea.
_ ¿Hay un sentido del amor platónico en estos cuentos o es más espinoso, realista?
_ (Risas) Soy de la idea de que el amor es una reacción química que nosotros racionalizamos. En ese sentido, todo lo que hace el ser humano es con el único fin de agradarle al ser deseado.
_ ¿Y la literatura también surge por alguna reacción química?
_ Se puede decir que sí. Escribimos para trascender, además de mostrar. Mi idea de publicar es como la del arquitecto que deja un edificio para que lo trascienda.
_ ¿Y qué sería la trascendencia para vos?
_ Dejar un libro. Fabián Casas sostiene que hay que escribir pensando que el lector de uno todavía no ha nacido.
_ ¿Cuánto te involucras con los personajes a medida que los vas diseñando?
_ En el libro tengo todo tipo de involucramientos. Desde decorar o mentir sobre algo que me pasó (siempre quedo bien parado cuando a veces narro en primera persona) pero también hay cuentos que surgieron de historias. Por ejemplo, una vez estaba esperando a que me atendiera un médico y escuché en el pasillo del hospital a dos señoras chusmeando, y dije “qué buena historia, hay que escribirla”.
Laborda pasa por diferentes tonos y ópticas cuando orquesta sus textos. Por momentos prefiere el panóptico, pero a veces deja la piel cada párrafo.
“Uno es como un testigo que va filmando en la memoria y diciendo a esto lo decoro o le agrego tal color para que sea una buena historia. Al menos los escritores que a mí me gustan son del relato cotidiano, no tanto de la espectacularidad”, reflexiona el narrador casado que vive en El Chorrillo.
_ ¿Cómo conciliar la trascendencia con la espectacularidad?
_ Los policiales de Conan Doyle siguen siendo buenos hoy. Si la obra es buena, a uno lo trasciende.
_ ¿Y por qué seguir escribiendo hoy?
_ Porque es divertido, nada más. (Risas).

Nota exclusiva para CdTAcrílico.