jueves, 7 de junio de 2018

Pingüino

Pequeño cuento que escribí, también a manera de homenaje, para mi pingüinísima amiga Peri.


Pingüino




No es fácil ser un pingüino, dijo Peri mientras revolvía el cubito de hielo en su café. Pregunté a qué se refería y explicó que la ciudad estaba construida por, y para, primates de clima cálido.

Nos conocíamos de toda la vida y solíamos juntarnos cada vez que se podía. Siempre se caracterizó por su vocabulario preciso, su análisis amplio y, sobre todo, por lo enriquecedor de sus silencios. A veces pasábamos fines de semana enteros jugando al Tetris en el family-game sin decirnos una palabra.
Estaba de licencia. Trabajaba en el poder judicial como taquígrafa, hasta que un tipo al que le habían quitado la custodia de los hijos se voló la cabeza en los pasillos. En el momento en que apretó el gatillo Peri estaba a su lado en la máquina expendedora de café. Su cara pintada de granate fue tapa de todos los diarios que dieron la noticia.
Desde entonces pasaba las mañanas pescando en el puerto. Mientras esperaba a que picase, jugaba a hacer figuras con un yoyó o completaba revistas de crucigramas. A veces, cuando el trabajo lo permitía, me acercaba hasta allí para hacerle compañía.
El primer síntoma de lo que estaba pasando me lo dio uno de esos sábados de family-game. Caminaba raro, como juntando las piernas, y había descolgado los cuadros. Cuando pregunté por una y otra cosa dijo que estaba paspada y en pleno proceso de redecorar.
El sábado siguiente nos reunimos en casa. A pesar del frío Peri llegó en mangas cortas. Para la cena llevó un congrio que pescó esa mañana.
Siguieron días en los que por distintas obligaciones y mandatos familiares no pudimos juntarnos. Mientras tanto no atendía los llamados. Pasados 10 días sin contacto me preocupé.
Estuve largo rato golpeando a su puerta hasta que por fin atendió. El interior de la casa era un témpano. Los aires acondicionados llevaban varios días encendidos. Se excusó que no había tenido ganas de ver a nadie y me invitó un café. Mientras lo preparaba pedí entrar al baño. Vi que había mudado su cuarto hasta allí y dormía en la bañera. Fue entonces que dijo eso de lo difícil que era ser un pingüino. Pensé que estaba delirando y que el encierro le había hecho mal. Le hice prometerme que vería urgente a un psicólogo, planeamos próximos campeonatos de Tetris para cuando estuviera bien, la acompañé hasta su baño/habitación, la dejé en su bañera/cama, y me despedí.
Una vez en la calle, trepé a un árbol y, balanceándome entre lianas, volví a casa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario