Por lo general soy de guardarme los textos que más me gustan, por celo o previendo futuros libros, y sólo muestro en el blog lo que posiblemente nunca publicaré.
Pero en este caso, y sobre todo teniendo en cuenta que no soy un escritor de temática futbolera, mostraré este cuento que posiblemente publique el año que viene como fanzine de un solo texto.
Imaginé este cuento a finales del 2013. Hay mucha literatura dedicada a habilidosos jugadores, pero poca para los rústicos zagueros que dejan el alma tratando de cortar el avance de los ídolos de las hinchadas, esos jugadores que no han tenido jamás un partido homenaje. Los borradores que fui armando durante varios años fueron quedando en cuadernos que por uso quedaron sepultados en el fondo a algún cajón. Hace poco, haciendo limpieza general, encontré el intento de biografía de El Cirujano y la completé.
Dedicado al bravo defensor de ficción Timor Molnar, que se encargó de lesionar a los mejores jugadores del FIFA 2006 con los cuales los muchachos pretendían ganarme.
Tapa tentativa del Fanzine
El
Cirujano
Aquel sería su último partido con la camiseta de Defe. Oscar Vicente “El
Cirujano” Molnar tenía 42 años. Hoy todavía era un rústico zaguero central
idolatrado por las hinchadas de casi todos los equipos de la ciudad, y desde
mañana lunes vendedor de quiniela en la agencia de su suegro.
Veinticuatro años de carrera, más de 400 partidos con los colores de
Defensores, una docena para el combinado de estrellas de la provincia, ningún
gol oficial, 41 tarjetas rojas, más de 200 lesionados —18 de ellos de
gravedad—, y apenas un subcampeonato. Durante su reinado, se reglamentó el uso
de canilleras en la liga local. Muchos le atribuyen también la obligatoriedad
de ambulancias en la puerta de los estadios.
Desde hacía ya dos años Molnar no tenía velocidad para alcanzar a ningún
delantero, no quitaba ninguna pelota ni mucho menos anticipaba a los rivales. Sus
aportes futbolísticos consistían en escarmentar a patadas a los rivales durante
las pelotas paradas, y si no aprendían e insistían en gambetear, tirar un caño,
o pisarla, directamente los trompeaba impunemente delante de los árbitros, que
sólo lo sancionaban si veían sangre. Seguía como titular porque era una
celebridad de la liga, cuando él no jugaba apenas si a la cancha iban los
familiares de los jugadores.
Era la última fecha. Defensores reposaba tranquilo en mitad de tabla y
se enfrentaba a Universitario, segundo en el campeonato. El torneo estaba
definido hacía 3 fechas; Estudiantes, con puntaje perfecto, se había quedado la
corona de campeón. El estadio estaba a tope. Ambas hinchadas habían llenado los
tablones para despedir a sus ídolos. Los de Defensores al Cirujano Molnar, y
los del Uni al Tanque Lucero, que a fuerza de ser goleador durante los últimos
torneos acababa de ser vendido por una cifra récord al fútbol mexicano. En la
primera ronda el Tanque les había metido tres goles, los tres de penal, los
tres por faltas de él. Obvio, las hinchadas esperaban que sus ídolos se
despidieran haciendo lo que mejor hacían.
* * *
No es que el pibe haya tenido condiciones innatas para el deporte. Su
arribo al club a los 13 años se debió a una serie de coincidencias, pero la
principal fue el comentario de su primo: no sabés las minas que van al
gimnasio del club. Pagó unos meses de pesas, pero las bellezas que le
habían prometido escaseaban. Una tarde, saliendo del gimnasio, en la canchita
de futbol lo reconoció al Cholo, un pibe de su edad que era hijo del almacenero
del barrio. Se saludaron, le comentó que faltaba uno para completar el
picadito, que si quería jugar, y ya nunca más dejó de hacerlo. Físicamente era
lento, tosco y con poco control de pelota; pero era constante, jamás faltaba a
ninguna práctica, virtud que era bien vista por los técnicos de juveniles, que
pensaban que si el chico no llegaba a jugar en la primera, sería bueno que
siguiera vinculado al club entrenando a niños.
Terminaba el campeonato del 87, y Defensores había hecho una de las
peores campañas de su historia. Pasaron varios entrenadores que por malos
rendimientos habían ido desvinculando a varios jugadores de la primera. De a
poco los juveniles empezaban a ganar minutos con el primer plantel pero sin
conseguir resultados. Defensores llegó a la última fecha con posibilidades de
permanencia. Sólo necesitaba un empate. Para el encuentro el técnico de turno
paró un equipo con seis defensores, más dos refuerzos juveniles en el banco. Uno
de ellos era el pibe Molnar.
Esa noche durmió tranquilo. No tenía ninguna esperanza de jugar. Pensaba
que, o bien el cerrojo defensivo resultaba eficiente y no haría falta un
defensor más, o la falta de creadores le daba la tenencia al rival, que en caso
de meter un gol el técnico tendría que sacar defensores para poner delanteros.
Iban 30 del segundo tiempo. Huracán, que ya había hecho todos los
cambios, los estaba bailando. Pero el partido seguía en pardas. El arquero
tenía las manos en carne viva y los palos suplicaban clemencia de tanto
pelotazo que les habían dado. Sin que siquiera hubiera calentado, el técnico lo
chifló y le explicó que entraría por un delantero para defender el córner. No
se ponga nervioso, lo tranquilizó, cualquier pelota que pase cerca suyo…
¡Pum, para arriba! Y le dio una estampita de la Virgen que guardó en la
manga de una media. Sin haber tocado una pelota el pibe, Oscar Vicente Molnar,
empezaba a escribir su nombre en las páginas de la historia de Defensores y a
convertirse en héroe. En el tiro de esquina calculó mal el rechazo, en el salto
cabeceó la nuca de un rival y en la caída aplastó la pierna crujiente de una
camiseta blanca. En su primera jugada ya tenía un knock-out y una rotura de
tibia y peroné. Con dos hombres más, 15 minutos le alcanzó a Defensores para
ganarlo por 3 goles.
* * *
A los 15 del primer tiempo en la puerta del área grande, cuando ya los
zagueros estaban vencidos, el 5 de Universitario recuperó la pelota tirándose
al piso..Desde el suelo se la pasó rápido al rubio que jugaba de 8, que avanzó
unos metros y de emboquillada se la tiró al Tanque que esperaba, ya lanzado en
velocidad, en el círculo central. Pasó entre dos defensores y avanzó
veinticinco metros. En la puerta del área lo esperaba El Cirujano, que sabiendo
que a esa velocidad no tenía chance de robarle la pelota ni de acertarle una
patada, acompañó el ángulo de su avance esperando chocarlo. Lucero era más
pesado que el defensor, el topetazo apenas lo desestabilizó, haciéndolo rebotar
unos centímetros. Retomó el control, la tiró larga esquivando el cuerpo de
Molnar que estaba caído y que con las manos intentaba arrancarle la pelota, y
en el acto sacó un tiro cruzado que se estrelló en el poste izquierdo. Bajó el Uuuhhh
desde los tablones del Uni. El ídolo de Defe miró a su hinchada y les hizo la
seña de que faltaba poco, que con algunos golpes más terminaba de cocinar al
delantero rival, y éstos lo aplaudieron.
* * *
No fue hasta mitad del campeonato siguiente que empezó a afianzarse en
el equipo; cuando una apendicitis dejó fuera por 6 meses a uno de los zagueros
titulares, y malas actuaciones de la defensa y varias suspensiones, le
permitieron incursionar como titular nada menos que contra Atlético
Ferroviario, el clásico rival, y que contaba en sus filas con el Nuno Mendoza,
el único jugador nacido en la provincia que había llegado a jugar en equipos
del ascenso de Italia y Alemania. Ese veterano sabía cómo debían jugarse los
clásicos, y cómo hacer delirar a la hinchada propia y provocar a la ajena.
Durante el partido la mostraba, tiraba caños y sombreros; todas jugadas
inútiles en la mitad de la cancha, pero que a fuerza de fules y tiros libres
servían para que Ferroviario los fuera arrinconando. A los 10 del segundo
tiempo el Nuno quiso lucirse a costa del pobre pibe rival que usaba las 6 en la
espalda. Llegó hasta la puerta del área grande, la pisó, esperó a que Molnar
saliera y le revoleó un sombrero por arriba. Lo que no esperaba el 9, fue que
el zaguero, en una pirueta desesperada por alcanzar la pelota en lo alto,
midiera mal la trayectoria de su pierna y con los tapones le arrancará tres
dientes de cuajo. Roja directa. Los jugadores de Defe se tuvieron que esmerar
para aguantar el cero en su arco.
El lunes apareció en la puerta del estadio un trapo pintado con aerosol
que rezaba: en la cancha de Defe no se jode. Molnar sos más grande que
Perón.
* * *
A los 33 de la primera mitad, el arquero de Universitario descolgó un
tiro de esquina. Se tomó apenas un segundo para ubicar a sus compañeros, y lo
vio al Tanque Lucero que en la puerta del área grande volvía de cubrir el
primer palo. Se la tiró a la medialuna del área. Tratando de esquivar marcas,
el delantero se escapó hacia la banda izquierda. Al notar que ningún rival lo
perseguía empezó a correr libre, ya lanzado en velocidad cobró la potencia de
una locomotora. Recién encontró oposición a la salida del círculo central donde
lo esperaba Molnar agazapado para tirarle una patada voladora. Al notar que la
humanidad del zaguero volaba hacia él, con un movimiento de cintura digno de
Nicolino Locche alcanzó a esquivarlo. El Cirujano, en su caída, pudo tirar el
manotazo y aferrarse a la camiseta del delantero, que ya retomaba su carrera a
toda potencia. Lo arrastró en velocidad hasta el área chica, donde una rápida
salida del arquero le impidió tirar a gol. La hinchada de Defe celebró esa
camiseta desgarrada como si se tratara de un tanto.
* * *
Aunque en la Federación no hay registros estadísticos de que Molnar haya
alguna vez anotado un gol, en los tablones de Defe todos comentan que sí, que
sí metió uno y que éste no figura en los registros por las circunstancias del
partido donde sucedió.
Muchos dicen que se trató de un gol de cabeza. Defensores perdía 1 a 0
en la cancha de Ferroviario por la liga local, y en la última pelota del
partido el 10 tiró un córner con comba que pasó a todos, y por atrás apareció
el ídolo que con un frentazo decretó el empate. Si pocos hablan del gol es por
lo que sucedió después. Los jugadores rivales no se bancaron el festejo y se le
fueron todos encima para increparlo. Se armó terrible piñadera. Cuentan que en
el tumulto El Cirujano alcanzó a knockear a cinco tipos. Quienes cuentan de ese
gol juran haber estado ese día en la cancha haciendo una cruz en la boca.
Otros dicen que se trató de una jugada maradoniana, que cortó un
ofensiva rival en campo propio, que empezó a avanzar esperando el desmarque de
los compañeros, que gambeteó a varios jugadores, que entró al área rival y
definió con un pique ante la salida del arquero. El equipo al que le convirtió
difiere según las versiones. ¿Por qué nunca más intentó volver a gambetear así?
Algunos dicen que lo intentó, que perdió la pelota y le costó un gol y que eso
lo llevó a perder confianza y ser más prudente; otros dicen que se fue poniendo
viejo y el cuerpo ya no le daba para intentar regatear.
Algunos afirman que fue en un amistoso de pretemporada contra Municipal
Las Heras de Mendoza, partido que de amistoso no tuvo nada. Al parecer, el 7 de
los mendocinos era un petiso rápido e inquieto como una avispa, y bastante
jetón. Molnar no pudo pararlo en ningún tramo del partido, y cada vez que era
pasado el petiso lo picudeaba. En el segundo tiempo, en un tiro libre a favor,
El Cirujano vio que el 7 bajaba a defender y no dudó, se mandó al campo rival.
Apenas estuvo seguro de que el árbitro no lo miraba, le tiró un codazo a la
cara al delantero, que cayó atontado, y en el piso se dedicó a patearlo. La pelota,
que erraba por el área sin que nadie pudiera conectarla, justo pasó a su lado y
de un puntazo la mandó al fondo de la red. Aunque el juez convalidó el gol,
ante los reclamos de los mendocinos, lo expulsó. Nadie recuerda el resultado
final de ese encuentro.
En el marco de su último partido como profesional, una radio barrial —y
de dudosa licencia— le consultó al ídolo sobre su historial goleador. Como
suele pasar: la verdad es siempre menos atractiva que la fantasía. El gol que
le adjudicaban contra Ferroviario fue del 10, que lo metió olímpico. Sí. Se los
gritó con ganas a los rivales que inmediatamente le saltaron encima queriendo
matarlo. Apenas tiró un par de golpes para luego ovillarse y tratar de cubrirse
la cabeza con ambos brazos; y si no hubiera sido por el árbitro que hizo entrar
a la policía para que frenaran la pelea de seguro hubiera terminado en el
hospital.
Lo del gol maradoniano fue cierto, pero a medias. Fue contra Textil. Él
se había ido expulsado varios minutos antes. El DT, para cuidar el resultado,
sacó a un mediocampista y lo puso al Negro Molinari, un defensor cordobés,
fiero y grandote. Él sí gambeteó a medio equipo rival y marcó ese gol de
antología. ¿Por qué le adjudicaban inmerecidamente ese tanto? No lo sabía. Tal
vez por la similitud de los apellidos, o porque los dos eran bien morochones y
desde la tribuna, tal vez, se veían parecidos. Molinari estuvo en Defe apenas seis
meses, se marchó a la liga de Río IV y nunca más se supo de él.
Lo del supuesto tanto a Municipal Las Heras se trataba de otra
deformación de la memoria de los hinchas. Al 7 le veía cara conocida, muy pero
muy conocida. Y cada vez que pasaba cerca suyo le preguntaba si había andado
por tal o cual lugar, cosa que era imposible porque era oriundo de otra
provincia, pero cuando le preguntó el apellido todo encajó: Convertini Gaitán.
El pibe era su sobrino, el hijo de su prima Rosa, la mayor de la familia, que
se casó con Roberto y se mudaron a Mendoza por laburo. ¿Discutir con él? Nada
que ver. En cada pelota parada aprovechaba para preguntarle por la familia, que
qué hacía Rosa, que cómo le iba a Roberto con el taller, que qué estaban
estudiando sus hermanas y que le mandara cariños a toda la familia, que ojalá
pudieran juntarse todos para Navidad. En la jugada del gol subió a cabecear. En
el saltó chocó con su sobrino que cayó feo. Mientras lo ayudaba a incorporarse,
un despeje rival le dio en la cara y la pelota quedó boyando en un mar de
piernas desesperadas, hasta que en un nuevo intento de despeje un defensor de
Municipal tuvo la mala fortuna de meterla en su propio arco. ¿Expulsión? ¡No!
Si apenas terminado el partido cambió camiseta con el pibe.
Sí, una vez hizo un gol: un auténtico golazo. Lo hizo en un amistoso
veraniego contra el plantel juvenil. Fue un despeje furioso en la mitad de
cancha que agarró adelantado al arquerito y se metió en el medio del arco.
Nadie sabía por qué tantos aseguran haberlo visto convertir un gol, si en
aquella ocasión apenas si estaban mirando el técnico y el tipo que regaba la
cancha.
* * *
Cuando todos esperaban el pitazo que finalizara la primera parte, el 10
de Universitario recuperó la pelota en su mitad, con un taco se la pasó entre
las piernas a un volante rival, y se la tiró a un zaguero que avanzó unos
metros hasta encontrar a un compañero desmarcado. En la mitad de cancha,
recostado sobre la izquierda, esperaba El Tanque Lucero. Apenas recibir se la
tiró nuevamente al 10, que le devolvió una pared. Ante la marca del 8 de
Defensores repitieron los movimientos con igual éxito. Tiki-Tiki y ¡Ole!
Ante la marca del 4 lo mismo. Tiki-Tiki y ¡Ole! Repitieron la pared
cinco veces hasta sacarse de encima igual número de rivales y llegar a zona de
disparo. Allí los esperaba Molnar, quien no tenía ninguna intención de
recuperar la pelota, sino de cortar la jugada. Tiki-Tiki y ¡Pum! ¿Con quién
vas a hacer paredes, ¡gil!, si de una trompada le acabo de arrancar dos dientes
al 10? Lucero alcanzó a dominar la pelota que le devolvió su compañero
antes de caer vencido, y con tres dedos sacó un tiro raso que tocó el palo
izquierdo y salió. Ambas hinchadas aplaudieron.
* * *
Hoy pocos se acuerdan de León “El Rayo” Rubín. A él también El Cirujano
le amputó la carrera.
Don Rubín fue en los setenta un dirigente de Partido Comunista
Argentino. Como muchos militantes de agrupaciones de izquierda, cuando los
milicos llegaron al poder, tuvo que rajarse con la familia, llevándose a su
pequeño hijo León.
La familia se estableció en Vladivostok, en la costa Pacífica de Rusia,
por entonces parte de la URSS. Mientras Rubín padre trabajaba en el puerto, Rubín
hijo daba sus primeros pasos en las divisiones menores del Luch Energiya, el
equipo más grande de la ciudad y que penaba en la Tercera Categoría de la
División Oriental del torneo soviético. El chico debutó en primera con 15 años
en la última fecha del campeonato, cuando su equipo no se jugaba nada. En el
borde de la cancha, mientras esperaba que el jugador saliente se acercara, el
técnico le dijo: Vaya, pibe, juegue como usted sabe... Y si puede, tire un
caño. Ingresó faltando 15 minutos, tiempo que le alcanzó para marcar un
gol, estrellar dos tiros en los palos y servir una asistencia a un compañero.
Para el año siguiente llegó la consolidación como jugador: 23 goles en
16 partidos y el ascenso del Luch, convocatoria al seleccionado Sub-17 de la
URSS, campeonato continental de selecciones, goleador y mejor jugador del
torneo.
La Segunda División Soviética le alcanzó para brillar y apenas poder
salvar a su equipo que no estaba preparado para la exigencia de la categoría.
Marcó 32 goles en 28 encuentros. Sus buenas actuaciones en la División le
valieron el pase al Spartak de Moscú, un grande de la máxima competencia del
país. En su primer año allí marcó un récord de efectividad: 56 goles en 34
partidos. Fue entonces que la prensa lo apodó El Rayo.
Por entonces pasaban muchas cosas en el mundo, y las fronteras se
redibujaban a cada rato. La URSS se desmembró en más de una docena de países, y
León Rubín podía elegir para cuál jugar. Él era nacido en Buenos Aires, capital
de la lejana Argentina, y escogió representar a ese país del que apenas
recordaba su idioma, y donde era un completo desconocido.
Por entonces a la Selección Argentina la dirigía “el Tano” Luis di
Pietro. El DT sostenía que el fútbol del Interior, a diferencia del de la
Capital, estaba varias décadas atrasado y que difícilmente un jugador formado
en un club que no fuera de Buenos Aires pudiera competir profesionalmente. Sus
dichos y su accionar (durante el proceso sólo convocó a jugadores nacidos en
Buenos Aires) generaron un ambiente de tensión, no sólo futbolística, al mejor
estilo Unitarios y Federales. Los clubes porteños y bonaerenses de Primera
División liberaron a sus jugadores del Interior y los del Interior hicieron lo
mismo con sus profesionales nacidos en la Capital; Entre Ríos quiso anexarse a
Uruguay, San Juan y Mendoza a Chile, y Tierra del Fuego intentó independizarse.
Argentina clasificó al Mundial dando lástima y con varios arbitrajes
dudosos.
Cuando el mundo futbolístico se enteró del pase de León Rubín —otrora
jugador soviético y ahora autoproclamado ante la prensa como argentino— al Real
Madrid por 12 millones de dólares, todo un récord de entonces, la Asociación
del Fútbol Argentino vio la posibilidad de contar con la magia de un futbolista
increíble y de apaciguar los ánimos.
Antes de viajar al Mundial, como despedida de la gente, el conjunto de
la Capital que representaría a Argentina jugaría un amistoso en el Estadio
Monumental ante un combinado del Interior. La convocatoria se armó por una
encuesta realizada por el diario El Federal, donde instaban a los lectores a
elegir un jugador por provincia. De San Luis, más famoso por su brutalidad que
por sus condiciones deportivas, se escogió a Óscar Vicente Molnar.
El día del partido el estadio estuvo repleto. Quienes hinchaban por el
combinado de jugadores nacidos en la Capital lucían banderas con rostros de
próceres como Rivadavia, Sarmiento y Laprida y cantaban: Qué alegría, qué
alegría, qué lindo la familia unida, los agarramos a la salida, y Barranca Yaco
para todos". Los del Interior llevaron banderas color punzó que
rezaban: ¡Mueran todos los enemigos de nuestro amado Restaurador degollados
como carneros! ¡Qué viva la Mazorca!
Poco importaba el resultado, que era un monólogo de los dirigidos por di
Pietro, desde las tribunas se dedicaban a aplaudir a los propios e insultar y
escupir a los ajenos. Sólo se salvaba el talento de Rubín, al cual nadie
quedaba indiferente y era celebrado por ambas hinchadas. Si el partido hasta el
minuto 80 permanecía sólo 3 a 0 era por la brillante actuación del arquero
formoseño. La gente deliraba con cada pelota que pasaba por los pies de Rubín,
y ya se imaginaban todos celebrando juntos la Copa Mundial sin esas rivalidades
absurdas entre provincias. En ese momento le tocó entrar al jugador de San
Luis. En su primera jugada, El Rayo le tiró un caño y se la llevó hasta el
banderín del córner; ahí le hizo dos fantasías y, cuál acróbata de circo, se
llevó la pelota a la cabeza donde la retuvo sin dejar que cayera. Las hinchadas
se pusieron de pie para ovacionar al delantero… pero ese bramido también
entusiasmó a Molnar. Mientras el delantero todavía mantenía la pelota en las
alturas, le tiró un guadañazo barriendo ambos tobillos. Se levantó veloz y de
un puntazo quiso despejar el balón que caía, con tanta mala fortuna que éste le
rebotó en la cara al rival caído.
El informe médico de Rubín decía: rotura de ligamentos de ambos
tobillos. Nunca se repuso de las múltiples operaciones. Cuentan que años
después lo vieron arreando bolsas en el puerto de Vladivostok.
Ya todos han gastado fortunas en terapia tratando de olvidar el fracaso
del Mundial ‘94. Argentina se volvió en Primera Ronda. Empató con Yemen, perdió
con Luxemburgo y fue bailada por Burundi, equipo revelación del torneo.
* * *
Iban 5 de la segunda etapa cuando un despeje del Uni llegó por lo alto
hasta el área grande. El Tanque aguantó de espaldas. Molnar lo esperó el pié
levantado a la altura de los tobillos. Cuando la pelota le bajaba, Lucero
intentó la chilena. El disparo se le fue apenas alto. El Cirujano no sólo había
errado el golpe, sino que tuvo que soportar todo el peso del rival en su caída.
* * *
La Sandrita era una petisa culona, de sonrisa pícara, que trabajaba en
la agencia de quiniela del padre.
Oscar la conoció un día en el que entró a pedir cambio para el
colectivo. Fue sólo verla y enfermarse de amor. A fuerza de insistirle durante
semanas consiguió que la morocha accediera a tomar un helado en la plaza. A esa
salida le siguieron otras, y finalmente un día ella se lo presentó al padre. A
don Antonio, que sólo veía futbol europeo por televisión, no le molestaba el
sueldo de deportista amateur de Oscar, sino su fama de tipo violento en la
cancha. Pero meses después, al ver que los sábados rompía piernas y arrancaba
camisetas de ásperos delanteros y los domingos paseaba de la mano e iba al cine
con la nena, terminó aceptándolo. Dos años después pusieron fecha de
casamiento: el primer sábado de julio. Todos en el club colaboraron en la
preparación de la fiesta, incluso la hinchada organizó rifas para recaudar
fondos, y algunos barrabravas se ofrecieron como mozos para el evento. Nadie
quería perderse la fiesta del ídolo.
El buen clima y el compañerismo reinante en los vestuarios se reflejó en
una buena campaña de Defensores. A fines de mayo, cuando el campeonato terminó,
el club estaba tercero y con derecho a jugar la liguilla de ascenso al
campeonato nacional. Un sábado de junio empataron a cero con Sportivo
Vitivinícola de San Rafael, y tres días más tarde le ganaron 3 a 1 de local.
Aunque era un resultado inesperado, nadie, ni el más optimista, se animaba a
soñar con el ascenso. Una semana más tarde le ganaron de visitante a Municipal
de San Juan y empataron de local. Algunos hinchas comenzaban a abrir grande los
ojos. Cuando luego de dos empates a cero Defensores le ganó por penales a
Gimnasia de La Rioja —Molnar tiró el suyo afuera— los hinchas peregrinaron a
Villa de La Quebrada para hacerle promesas al santo. El verdadero revuelo se
armó cuando en la semifinal, luego de perder 2 a 1 como visitante con Huracán
de Winifreda, La Pampa, en la vuelta le ganaron 4 a 0. La final se jugaría el
domingo siguiente, contra Patriotas de Mendoza, la mañana después del
casamiento de Oscar y Sandrita.
Por más que la pareja intentó posponer la celebración una semana, no
hubo forma. Se hacía en la fecha ya firmada o se perdía lo pagado. El club no
tenía fondos para hacerse cargo de una segunda fiesta, por lo que el preparador
físico tuvo la solución. Durante esa semana los jugadores debían acomodar los
horarios de sueño, dormir durante la tarde y estar despiertos en horas de la
noche, la mañana y acostarse al mediodía. El día de la fiesta, mientras los
invitados comían lechón y asado con cuero, el plantel ingeriría tallarines con
manteca, apenas se les permitiría una copita de vino a la hora de brindar por
los novios, durante el baile los jugadores realizarían una coreografía con
movimientos precompetitivos, y a las 8 de la mañana todos juntos se tomarían la
línea E, que justo pasaba por la puerta del salón.
Durante la semana nadie del plantel pudo dormir más que unas pocas
horas. En la fiesta apenas si probaron bocado. Los nervios por la final habían
hecho estragos en los muchachos.
Pero llegó la hora del brindis, y la copa que chocaron y bebieron a
salud del rudo zaguero y de su esposa se sintió muy bien y relajante. Fue
entonces que el DT aprovechó para reunirlos y darles la charla técnica.
Brindaron por la final. Se armó el baile y después del carnaval carioca el
presidente del club creyó oportuno arengarlos: háganlo por el viejo, que se
deslomó laburando toda su vida para poder comprarles sus primeros botines, un
aplauso para el viejo y brindis por él; háganlo por la vieja, que cuando
regresaban con las rodillas todas raspadas del campito, ella los limpiaba, les
echaba mertiolate y no dormía en toda la noche para controlar que no les
subiera la fiebre, un aplauso para la vieja y brindis por ella... ¡Vamos!
¡Tomen con ganas! Háganlo también por los hinchas, por aquellos que perdieron
el presentismo en la fábrica para acompañarnos en los viajes persiguiendo el
sueño del ascenso, un aplauso para los hinchas y brindis por ellos... ¡Fondo
blanco! ¡Vamos! Háganlo por don Eulogio Soriano, mi abuelo, fundador y primer
presidente del club, que fundó un club de futbol para sacar a los pibes de la
calle, para que hicieran deporte, para que todas las tardes pudieran tomar un
mate cocido caliente con un pedazo de pan, y para que en épocas electorales el
partido tuviera pibes que panfletearan y pintaran... aplauso para el abuelo,
brindis por él y ¡viva Perón, carajo! Que los conozco de chiquitos, los padres
de muchos de ustedes fueron jugadores de Defe, si todavía me parece verlos
correteando detrás de una pelota desgajada mientras sus viejos entrenaban con
la Primera... ¡Pucha! ¿Será la edad? Me emociono fácil. Mírense ahora... convertidos
en los tipos que le darán el primer ascenso a nuestro humilde club... que los
quiero mucho, son como los hijos que no tuve, o como los que mi ex no me dejó
ver porque no le pasaba la cuota alimentaria... ¡Brindo por la zorra de mi ex!
¡Háganlo por ella! ¡Salú!
A la hora pactada partieron todos al estadio, jugadores, cuerpo técnico,
dirigentes, familiares invitados y barras.
La Federación hizo todo lo posible para tapar el escándalo, diciéndole a
la prensa que Defensores no se había presentado a jugar porque, en caso de un
posible ascenso, el club no poseía una infraestructura para afrontar las
exigencias de una categoría mayor. Pero la verdad fue otra, y sólo la saben
aquellos que estuvieron presentes y que por vergüenza no podrán contársela a
nadie.
Cuando se dio la orden para que los equipos salieran al campo, los de
Defe salieron haciendo trencito, portando pelucas, gorros de cotillón,
antifaces y guirnaldas. El Cirujano, que portaba la cinta para la ocasión ya
que el capitán oficial se había quedado durmiendo en el vestuario, saludó a la
terna y a su par de Patriotas, entregó el banderín de Defensores y unos
confites de souvenir.
Cuando el árbitro se percató del estado de ebriedad del conjunto puntano
dio la orden de suspender el encuentro. Mientras Molnar trataba de disimular su
dicción pastosa, la falta de equilibrio y le pedía explicaciones, y el arquero
vomitaba junto al palo, los hinchas de Defensores, comandados por don Antonio,
empezaron a invadir el campo de juego para castigar al referí. No hace falta
dar más detalles: se armó terrible batahola. El que mejor la pasó fue el gringo
grandote que jugaba de 5 para Patriotas, que además de lograr el ascenso se
ganó a una prima de Sandrita, la misma que horas antes había agarrado el ramo.
* * *
A los 20 del tiempo complementario, tras una jugada en que Defensores
desperdició dos oportunidades increíbles, Universitario metió una contra
comandada por su ídolo. Dio una serie de volteretas en su campo buscando
espacio y el desmarque de sus compañeros. Cruzó la línea media, amagó la
descarga y pasó entre dos rivales. Avanzó unos metros más, chocó con el 5 sin
que éste pudiera desestabilizarlo, amagó otro pase y continuó. En la entrada
del área lo esperaban cuatro rivales, uno de ellos Molnar que olía la sangre
del delantero y se excitaba. Dejó que buscara espacio entre sus compañeros,
midió la trayectoria de sus piernas, y cuando intentó pasar le tiró un puntapié
furioso teledirigido a sus canillas. Lo que nunca esperó fue que el 5 propio se
repusiera y se hubiera lanzado en plancha para cortar al 9 rival. El pobre
volante central recibió la patada en su entrepierna. Afortunadamente El Tanque
Lucero lanzó un tiro suave a las manos del arquero.
* * *
En 2003 llegó a los medios nacionales el padecimiento de Laurita, una
niña de la ciudad que sufría una rara enfermedad degenerativa y que necesitaba
una operación en el extranjero casi imposible de costear. Varios artistas
hicieron campaña solidaria para pedir donaciones. Algunas celebridades
organizaron un partido a beneficio. Una empresa de celulares donó algo de
dinero y ofreció para el partido al jugador que era su imagen publicitaria: el
brasileño Jorginho, ganador de las últimas dos ediciones del Balón de Oro.
Vicente Molnar fue invitado a participar por ser el jugador más convocante del
medio local.
El día del encuentro el Estadio Provincial estaba repleto, nunca
sabremos si con verdadera vocación solidaria, o si fue por las personalidades
que jugarían.
Apenas las estrellas salieron al campo, la voz del estadio anunció que
el brasileño había donado el monto necesario para la operación, y que lo
recaudado sería destinado a montar merenderos y escuelitas de fútbol en toda la
provincia. El estadio aplaudía de pie al jugador de Bayern Munich. El
Intendente, que estaba de campaña, aprovechó para entregarle una plaqueta
declarándolo Ciudadano Ilustre.
Durante la primera parte del partido los arqueros se dejaron hacer todo
tipo de goles vistosos. Jorginho había metido uno de chilena, uno de taco y
otro de rabona.
En el complemento se produjeron varios cambios para que pudieran
mostrarse otras figuras invitadas, entre ellos el cantante cuartetero Tapita
Rodríguez y “El Cirujano” Molnar. Jorginho quiso salir, pero la ovación de las
tribunas lo obligó a continuar.
A los 5 minutos de ese tiempo, el brasileño pisó el área grande, con el
taco se la pasó a Molnar entre las piernas y luego, de rabona, hizo lo mismo
entre las piernas del arquero. Lo celebró señalando al jugador puntano, como
diciéndole a la gente que no lo hubiera podido hacer sin la complicidad del
rival.
A los 30 minutos Jorginho recibió contra el banderín del córner, hizo
unos jueguitos, le tiró un sombrero al tosco y lento zaguero local, antes de
volver a dominar la pelota, le tiró un beso a las hinchadas y de emboquillada
sacó un centro preciso que el frentazo del actor de las novelas de moda
convirtió en gol.
Promediaban los 40 minutos. Molnar no había podido frenar a nadie,
notaba la abismal diferencia física entre los jugadores de la máxima categoría
argentina, y ni hablar con la del delantero del Bayern Munich, al cual su
lentitud le permitía brillar. El delantero carioca recibió una bocha larga que
dominó con el muslo, apenas pisar el área cambió la pelota de pie a pie, y
mientras el zaguero pasaba de largo, le tiró un caño a la pasada y definió con
una vaselina. Durante la celebración el brasileño le dijo tudo bem, tudo
legal. El pobre puntano, que no hablaba ni jota de portugués, no sabía si
la máxima estrella mundial le reconocía el esfuerzo o lo estaba gastando. Ya se
había lucido demasiado, era hora de darle a la hinchada aquello por lo que él
era tan querido.
En la siguiente pelota parada, que fue un saque del medio tras un gol
que el arquero rival se permitió hacer por El Tapita Rodríguez, El Cirujano
corriendo como una lenta locomotora oxidada se le arrimó a Jorginho, lo midió y
sin que éste lo hubiese notado, se le tiró con los pies para adelante. No quiso
hacerle el daño que le hizo, sólo quería algo de aplausos, de que el rigor de
sus tapones embraveciera a la hinchada, y que ésta le recordará al brasileño
que en territorio argentino no se jode, que acá mandan los patrones, que andá
a tirar caños a Río de Janeiro, la puta que te parió, y que cuando el
brasileño estuviera tirado en el piso reclamando roja él se levantara cuál
padre defensor de la patria.
Por suerte el equipo alemán contaba en sus filas con el juvenil Karl
Koller, hoy Leyenda Mundial, que ante la lesión de la estrella, se consolidó
como titular y ayudó al equipo a conseguir la Champions League. Al volver de la
lesión Jorginho nunca recuperó su nivel anterior, y terminó su carrera jugando
en ligas de Medio Oriente.
* * *
38 minutos de la etapa final. Le quedan apenas 7 como jugador de futbol,
7 minutos para mostrar su poco talento y mucha brutalidad, 7 minutos para
contentar a toda esa gente que le pide que lesione al delantero rival. Piensa
si acaso, como si fuera una película con final feliz, no debería ver minutos
antes del final los puntos más altos de su carrera deportiva y en el instante
final, con su último aliento, tirar el golpe ganador, el golpe que asegure el
milagro como en las películas de Van Damme, o las de Karate Kid.
El 5 de Universitario cruzó la mitad de cancha guapeando a pura gambeta
y descargó con Lucero que recibió de espaldas en la puerta del área grande. La
pisó. Giró. Vio a Molnar que lo esperaba con los ojos cerrados, y la tiró corta
para el 11 que entrando como un rayo por la izquierda, reventara el travesaño
con un zapatazo. Volvió a mirar al zaguero que tiraba al aire la patada de la
grulla del Señor Miyagi. Nadie entendió qué quiso hacer El Cirujano.
* * *
Molnar ya era toda una leyenda de la liga puntana. Antes de comenzar los
partidos los árbitros se sacaban fotos con él y los delanteros humildemente le
pedían que si tenía que golpearlos, que por favor, tratara de no lastimarlos.
Defensores estaba haciendo una temporada discreta, con igual cantidad de
victorias que de derrotas, cuando se empezó a rumorear que había un jugador más
violento que El Cirujano. El Tuta Heredia era un correntino que jugaba para
Sportivo Los Eucaliptus. Quienes lo habían visto contaban que medía dos metros,
y que tenía una cicatriz que le recorría la cara de punta a punta que le daba
un aspecto de asesino serial. Nunca se había visto pegar con tan poco disimulo,
y tan impunemente. Los árbitros le tenían miedo. Atendía a los delanteros
rivales por turnos y metódicamente: puntita a la canilla, zancadilla, taponazo,
paralítica, codazo, piña en la boca del estomago.
La existencia de una nueva estrella en la liga repercutió negativamente
en la venta de entradas de Defensores: de a poco los hinchas perdían el interés
por ver jugar —pegar— al Cirujano y empezaban a seguir la campaña de Los
Eucaliptus que estaban clavados en el fondo de la tabla. Y como si fuera poco,
para terminar de darle aire de celebridad, el correntino empezó a salir con La
Tana Scarpinni, una morocha pulposa que años antes fue Miss Argentina, y de la
que se decía era la mujer más linda de San Luis. Los medios locales gastaban
papel y horas de aire opinando sobre qué pasaría en dos fechascuando Defensores
recibiera a Los Eucaliptus; sobre quién era mejor, Molnar o Heredia; sobre
quién lesionaría a quién.
En la fecha previa Tuta Heredia, aunque su equipo se comió 5 goles y
baile, lesionó a tres rivales, mandando a uno inconsciente al hospital. Un par
de gritos y empujones alcanzaron para intimidar al árbitro y ser declarado
inocente. Por su parte El Cirujano se cansó de tirar patadas voladoras sin ser sancionado,
ni siquiera cuando le dejó los tapones marcados en la espalda al enganche
rival. Los árbitros también habían apostado para el cruce de zagueros, y
protegían sus inversiones.
Sandrita, preocupada por las consecuencias que pudiera tener el choque sobre
el físico de su marido, le suplicó a Oscar que se hiciera el enfermo para no
jugarlo. También se lo pidió al técnico. Ante ambas negativas, la noche previa
al encuentro le sirvió en la cena un plato de sopa con un frasco de laxantes
diluidos. Ante la noticia mañanera de los cólicos del zaguero de Defensores, el
propio presidente de la Federación se presentó en la casa de la familia Molnar
con un equipo de médicos, pastillas de carbono y hasta pañales para adultos.
Para el inicio del partido el estadio estaba repleto como si se tratara
de una final, había hasta un helicóptero sanitario por si había que trasladar a
alguna de las dos estrellas.
Los Eucaliptus ganó el saque. Apenas sonó el pitazo de inicio los
delanteros se la tiraron al Tuta Heredia, que lentamente comenzó a avanzar con
la pelota en los pies. Desde el fondo de la cancha llegó corriendo ya casi sin
aire el 6 de Defensores. El correntino la pasó, e inmediatamente sintió los
tapones del rival en un muslo. Todos vieron su cara de dolor, pero con
hidalguía evitó caerse, insultó al rival y lo escupió a la pasada. Promediando
el primer tiempo el equipo visitante ganó un tiro de esquina. Echaron el centro
al área, y cuando El Cirujano saltó para despejar, un planchazo al pecho del
gigante Heredia lo metió dentro del arco. Cuentan que mientras boqueaba
intentando recuperar el aire, difamó a toda la familia del Tuta.
La primera mitad terminó con la ventaja mínima para el conjunto local.
Apenas comenzado el segundo tiempo Defensores ganó un tiro libre cerca
del arco contrario. El 3, único zurdo del equipo, lo tiró pasado para que,
entrando por detrás de todo el tumulto, apareciera el 11 y metiera el segundo
de su equipo. Para la jugada Molnar había llegado hasta el área grande, y
cuando el centro lo pasó, se tiró en palomita como Superman, puño extendido en
alto, y se lo estampó en la mejilla al gigante de Los Eucaliptos, provocándole
sangre. Sobre el final del encuentro, cuando el partido estaba 3 a 0, en un
nuevo tiro de esquina el Tuta Heredia volvió a subir. Mientras El Cirujano daba
indicaciones a sus compañeros sobre a quiénes tomar, el correntino no esperó a
que el árbitro diera la orden de ejecutar el córner, y con un cross a la
mandíbula atendió a su par. Aunque se levantó del golpe, quedó groggy, errando
y tambaleándose por los minutos que le quedaban al partido.
El resultado decía que Defensores le había ganado fácil a Los
Eucaliptos, y aunque los jugadores insignias de ambos conjuntos habían podido
terminar el encuentro, en la cancha quedó la sensación que en el duelo de
violentos había ganado Tuta Heredia. Sensación que duró apenas unos días.
A mitad de semana el diario local publicó en su tapa una foto de La Tana
Scarpinni saliendo de un telo con otro jugador de Los Eucaliptos. El gigante no
se bancó las gastadas de las hinchadas rivales. Abandonó su equipo, la ciudad y
también el fútbol.
El Cirujano Molnar seguía siendo el más áspero de la liga puntana… al
menos él no abandonó.
* * *
El árbitro marcó dos minutos de tiempo de adición. Ambas hinchadas
estaban decepcionadas; aunque el encuentro había tenido intensidad y varias
jugadas de gol, los ídolos de ambos equipos no habían entregado lo que se
esperaba de ellos.
El técnico de Universitario metió un cambio. Sacó al 7 y puso a un
juvenil, del que se decía que tenía futuro europeo y de selección, que se ubicó
por la derecha. Apenas la recibió gambeteó a dos rivales y la llevó hasta la
línea de fondo. El pibe jugaba bárbaro pero no daba pases. Molnar dudó si
continuar marcando al Tanque Lucero, o irse con el nuevo. Dejarle una cicatriz
de sus tapones a la próxima estrella del fútbol puntano no le parecía una mala
despedida. Medio plantel de Defensores arrinconaba contra el banderín del
córner al chico que continuaba sin soltarla. En eso el 9 de Universitario le
murmuró al oído: Vos disimulá. Disimular qué, pensó El Cirujano. De
repente, en medio de un mar de piernas que intentaban robársela al pibe nuevo,
o pegarle un cortito a las canillas, desde ese rincón llegó flotando la pelota
como en cámara lenta. En un golpe de vista Molnar buscó a su marca para decidir
cómo golpearlo. ¡No estaba! ¿Cómo lesionar a alguien que no se sabe dónde está?
Escuchó a su hinchada que celebraba. La miró como pidiéndole
explicaciones. Luego escuchó el pitazo del árbitro que corría hacia él
enseñándole la roja. El Tanque Lucero yacía en el suelo tomándose la cara.
Mientras, a pedido del propio referí le autografiaba la tarjeta, trataba de
explicarle que no lo había tocado, que lo estaba expulsando injustamente, que
por primera vez en muchos años era inocente. Después de discutir muchos
minutos, se retiró protestando mientras desde los tablones todos los hinchas de
Defe coreaban su nombre. Cuando la camilla que retiraba al Tanque Lucero pasó
por su lado, le pareció que éste le guiñaba un ojo. El pibe recién ingresado
acomodó la pelota en el punto del penal.
¿Qué importa si ese penal entró o no? Esta es la historia de Oscar
Vicente “El Cirujano” Molnar, quien en su agencia de quiniela jamás vendió un
billete ganador.