Durante 2009 y 2010 trabajé en un volumen de cuentos
titulado “Memorias de la Pangea”, trabajo que se compone de 25 cuentos
inspirados en acontecimientos históricos alrededor de los cinco continentes.
Uno de esos es “Promesas de La Habana”.
La cocina del cuento
Puede parecer que esta anécdota tenga poco que ver con el
cuento y su cocina, pero en ella encontré la lente con la que veo el mundo.
En 1997 en un viaje que hice a Buenos Aires con mi viejo compré un disco de los Enanitos Verdes, “Guerra Gaucha”, un gran álbum que por
esas cosas del mercado lo pagué sólo a un 20% del precio estándar de los discos de ese entonces. Yo tenía 17 años, edad hermosa en la que las palabras que
faltan se toman de las canciones, y si hubo una banda que le puso música a los
sentimientos de los pibes de mi generación, esa fue Los Enanitos Verdes. Ese
trabajo estaba repleto de buenas canciones, pero hubo una en particular que a
mí me marcó: “Caretas sin alma”. Quizá no haya sido una de esas canciones de
fogón a las que nos tenían acostumbrados la banda mendocina, pero en su letra
incluía una frase muy fuerte y que siempre me viene a la cabeza “patria no es
tierra, es libertad”.
Analizar a Cuba no es fácil, mucho menos desde un país donde
desde siempre se ha tenido acceso a la educación y a la salud gratuitamente. No
quiero entrar en el juego de analizar la política de un país que no es el mío
desde la visión reduccionista ni de la izquierda ni de la derecha.
Desconozco los números reales de cómo se redujo la
mortalidad infantil y las muertes por desnutrición y subnutrición en el país
caribeño desde la revolución del 59 a la fecha, lo cual es un gran mérito de
los hermanos Castro, los únicos gobernantes de la isla desde entonces. Pero hay
otro dato que no se puede ignorar, que es la imposibilidad de los ciudadanos
cubanos de abandonar la isla y los números de víctimas fatales que esto ha
provocado. Se calcula que desde 1959 a la fecha, aproximadamente 150.000
personas han muerto tratando de huir de Cuba cayendo al mar o por los disparos
de los guardafronteras.
Los disidentes de un gobierno que no ha cambiado desde su
revolución, o los ciudadanos que deseaban probar suerte en otras naciones, tenían
tal sentimiento de impotencia que cualquier oportunidad de escape era
aprovechada, y hasta el paso del poder de Fidel a su hermano Raúl que
aparentemente está iniciando un proceso de apertura, cada vez eran más los
que estaban dispuestos a pagar el alto costo de dejar atrás su país y sus seres
queridos, en busca de libertad u oportunidades. “Patria no es tierra, es libertad”.
La idea de la historia me vino en dos partes. La primera fue
mirando la película Habana Blues con mi hermana, una película neutral con
respecto al castrismo, de hecho ni lo menciona, tan sólo cuenta de cómo viven y
sienten los artistas cubanos. La segunda parte fue en base a una anécdota que
me comentó una amiga, que en un viaje a otro país caribeño, los ciudadanos se
ofrecían como maridos u esposas para que los sacaran de allí.
Dedicado a mi hermana Rosario.
Promesas de La Habana
Alberto
Nicanor Santos le prometió a Lola Zamora amarla, respetarla y enamorarla cada
mañana con una nueva poesía.
Soñaba
con vivir de sus palabras en el papel, que sus sonetos endecasílabos
recorrieran con él todos los cielos del mundo, que su arte lo sacara de esa
maldita isla. La Habana
era una ciudad repleta de poetas, poetas que manejaban taxis, poetas que
vendían collares en las playas, poetas que dignamente se ganaban el pan
trabajando sin poesía.
Alberto
Nicanor Santos le prometía a Lola Zamora regresar temprano, y a las turistas
les prometía pasearlas por la ciudad, contarles de Fidel y de la revolución y enseñarles
a bailar la rumba. A la sueca, con rimas elegantes, le contó de su sueño de
amarla en la misteriosa Estocolmo, a la yanqui de sus deseos de hacerle el amor
en un callejón oscuro de Nueva York, y a la francesa de cómo la acariciaría en
las blancas arenas de Marsella.
Y
mientras La Habana
continuaba deteriorándose las promesas no se cumplían, ni las de regresar
temprano ni las de girarle pasaje y pasaporte. Y cuando Lola Zamora subió sola
a una balsa prometiendo no regresar, el poeta no encontró palabras.
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