viernes, 11 de octubre de 2013

Promesas de La Habana. Cuento

Durante 2009 y 2010 trabajé en un volumen de cuentos titulado “Memorias de la Pangea”, trabajo que se compone de 25 cuentos inspirados en acontecimientos históricos alrededor de los cinco continentes. Uno de esos es “Promesas de La Habana”.

La cocina del cuento

Puede parecer que esta anécdota tenga poco que ver con el cuento y su cocina, pero en ella encontré la lente con la que veo el mundo.
En 1997 en un viaje que hice a Buenos Aires con mi viejo compré un disco de los Enanitos Verdes, “Guerra Gaucha”, un gran álbum que por esas cosas del mercado lo pagué sólo a un 20% del precio estándar de los discos de ese entonces. Yo tenía 17 años, edad hermosa en la que las palabras que faltan se toman de las canciones, y si hubo una banda que le puso música a los sentimientos de los pibes de mi generación, esa fue Los Enanitos Verdes. Ese trabajo estaba repleto de buenas canciones, pero hubo una en particular que a mí me marcó: “Caretas sin alma”. Quizá no haya sido una de esas canciones de fogón a las que nos tenían acostumbrados la banda mendocina, pero en su letra incluía una frase muy fuerte y que siempre me viene a la cabeza “patria no es tierra, es libertad”.

Analizar a Cuba no es fácil, mucho menos desde un país donde desde siempre se ha tenido acceso a la educación y a la salud gratuitamente. No quiero entrar en el juego de analizar la política de un país que no es el mío desde la visión reduccionista ni de la izquierda ni de la derecha.
Desconozco los números reales de cómo se redujo la mortalidad infantil y las muertes por desnutrición y subnutrición en el país caribeño desde la revolución del 59 a la fecha, lo cual es un gran mérito de los hermanos Castro, los únicos gobernantes de la isla desde entonces. Pero hay otro dato que no se puede ignorar, que es la imposibilidad de los ciudadanos cubanos de abandonar la isla y los números de víctimas fatales que esto ha provocado. Se calcula que desde 1959 a la fecha, aproximadamente 150.000 personas han muerto tratando de huir de Cuba cayendo al mar o por los disparos de los guardafronteras.
Los disidentes de un gobierno que no ha cambiado desde su revolución, o los ciudadanos que deseaban probar suerte en otras naciones, tenían tal sentimiento de impotencia que cualquier oportunidad de escape era aprovechada, y hasta el paso del poder de Fidel a su hermano Raúl que aparentemente está iniciando un proceso de apertura, cada vez eran más los que estaban dispuestos a pagar el alto costo de dejar atrás su país y sus seres queridos, en busca de libertad u oportunidades.  “Patria no es tierra, es libertad”.


La idea de la historia me vino en dos partes. La primera fue mirando la película Habana Blues con mi hermana, una película neutral con respecto al castrismo, de hecho ni lo menciona, tan sólo cuenta de cómo viven y sienten los artistas cubanos. La segunda parte fue en base a una anécdota que me comentó una amiga, que en un viaje a otro país caribeño, los ciudadanos se ofrecían como maridos u esposas para que los sacaran de allí.

Dedicado a mi hermana Rosario.



Promesas de La Habana

             Alberto Nicanor Santos le prometió a Lola Zamora amarla, respetarla y enamorarla cada mañana con una nueva poesía.

            Soñaba con vivir de sus palabras en el papel, que sus sonetos endecasílabos recorrieran con él todos los cielos del mundo, que su arte lo sacara de esa maldita isla. La Habana era una ciudad repleta de poetas, poetas que manejaban taxis, poetas que vendían collares en las playas, poetas que dignamente se ganaban el pan trabajando sin poesía.

            Alberto Nicanor Santos le prometía a Lola Zamora regresar temprano, y a las turistas les prometía pasearlas por la ciudad, contarles de Fidel y de la revolución y enseñarles a bailar la rumba. A la sueca, con rimas elegantes, le contó de su sueño de amarla en la misteriosa Estocolmo, a la yanqui de sus deseos de hacerle el amor en un callejón oscuro de Nueva York, y a la francesa de cómo la acariciaría en las blancas arenas de Marsella.

            Y mientras La Habana continuaba deteriorándose las promesas no se cumplían, ni las de regresar temprano ni las de girarle pasaje y pasaporte. Y cuando Lola Zamora subió sola a una balsa prometiendo no regresar, el poeta no encontró palabras.

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