Mientras me ahogaba pensando en qué cuento podía subir esta
semana, Tukis me ganó de mano y publicó en el muro de Alas Letras Pétalos…
Listo, problema solucionado, me ahorró una sesión de terapia diciéndole a mi psicóloga
que no puedo decidirme por qué cuento escoger porque no sé a qué edad mi mamá
me sacó la teta.
Este cuento tiene una historia muy linda atrás. Pues con él, en el marco de
la Semana del Escritor que celebraba la Municipalidad de La Ciudad de San Luis en
junio de 2012 pude debutar como escritor en público, fecha que además coincidía
con mi cumpleaños. Les agradezco a mis compañeros de Alas Letras por en tan
importante fecha haberme permitido mostrar lo que hago.
La cocina del cuento
Esa historia surgió de un juego de palabras con mi esposa
(entonces con nada de esposa y mucho de novia). ¿Una persona pedante, es
aquella que sufre de gases? ¿Una petulante es una persona que tiene pétalos?
Esa noche me senté e inventé la historia sobre la mujer petulante.
Dedicado a mi amiga Sofía Rojo, de New Italy Town, Córdoba city.
Dedicado a mi amiga Sofía Rojo, de New Italy Town, Córdoba city.
Pétalos
Ella era petulante, no
en el sentido de la pedantería (para eso estaba yo), sino que deshojaba los
pétalos de sus amantes en un aburrido e insoportable me quiere/no me quiere, aún, sabiendo que los pétalos de las
personas son número par.
De ella me gustaba su
perfume, perfume a flores, perfume del que ella renegaba, perfume a amantes que
se le habían marchitado.
Cuando me arrancó el
primer pétalo no dolió. Lo arrancó de la lengua, y éste salió con un te quiero. Jamás me habían arrancado uno…
ni un te quiero.
El segundo lo arrancó días más tarde de la patilla. Todo
hombre que haya usado patilla sabe cuánto duele un fuerte jalón de pelo en esa
zona, supongo que por ese motivo salió tan violento el no te quiero.
La reconciliación llegó mediante un ramo de flores
obsequiado, flores que por cierto usó para hacer bombones. Con ella aprendí
eso, se pintan los pétalos con un almíbar aguachento y se los rocía con azúcar
impalpable.
El tercer pétalo lo sacó accidentalmente mientras me
quitaba pelusa del ombligo.
El siguiente se cayó sólo, fue en medio de una acalorada
discusión. Se desprendió por culpa de un tal Newton.
La quería y la quería con locura, pero ella no podía
contener esa voz interior que la llamaba a arrancarme de un pellizcón los
pétalos. Al cabo de unos meses de relación comencé a usar sombrero para
disimular una prominente alopecia foliada. Intenté frenar este proceso
untándome en abono. Esto funcionó la primera semana pero desistí de ello por el
desagradable olor que me dejaba, todos sabemos con qué se hacen estos
productos. Probé tomando unas pastillas germinantes que tuvieron un placentero
efecto afrodisíaco, pero al fin de cuentas los pétalos que ella me arrancaba no
volvían a crecer.
Así continuamos juntos hasta que quedé con un solo
pétalo, un último solitario y pobrecito pétalo, que por una de esas
casualidades poéticas estaba ubicado justo en el lado izquierdo de mi pecho,
encima del corazón. Estaba debilucho y amenazaba con caerse. Lo aseguré
emparchándolo con cinta scotch. No quería no quererla más.
Me dediqué a tenerle las manos ocupadas, a regalarle
tantos anillos para que los dedos pesados y torpes no pudieran acercarse hasta
mi pecho.
¡Malditos joyeros! ¡Y malditos los espejos de las
joyerías!
Mi amada miraba un juego de aros cuando ese joyero al que
he jurado vendetta le ofreció probárselos frente a un espejo. Ella se contempló
un largo rato, estudiándose, repasándose, haciendo un doctorado de sí misma.
Pensé que los aros no le gustaban y propuse mirar otros anillos, todavía más grandes
y pesados.
—¿Te has dado cuenta? —Me preguntó por fin—. ¿No me
parezco a una flor?
—¡Sí, amor mío! La flor más bella. Tu piel tiene la
suavidad de una magnolia en la mañana y el color de las flores del manzano, y
tus ojos están hechos de hojas de arce en otoño.
Me sonrió y pasó los siguientes minutos confirmándose
frente a su reflejo.
—No te quiero más —me anunció—. Yo misma tengo los
pétalos, los aromas y los colores que necesito, me he dado cuenta. No es justo
que te deshoje. —Me dijo y me abandonó para siempre.
…y este maldito pétalo traidor no se cae, no se marchita,
no deja de quererla.
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