sábado, 5 de octubre de 2013

Pétalos. Cuento

Mientras me ahogaba pensando en qué cuento podía subir esta semana, Tukis me ganó de mano y publicó en el muro de Alas Letras Pétalos… Listo, problema solucionado, me ahorró una sesión de terapia diciéndole a mi psicóloga que no puedo decidirme por qué cuento escoger porque no sé a qué edad mi mamá me sacó la teta.
Este cuento tiene una historia muy linda atrás. Pues con él, en el marco de la Semana del Escritor que celebraba la Municipalidad de La Ciudad de San Luis en junio de 2012 pude debutar como escritor en público, fecha que además coincidía con mi cumpleaños. Les agradezco a mis compañeros de Alas Letras por en tan importante fecha haberme permitido mostrar lo que hago.

La cocina del cuento
Esa historia surgió de un juego de palabras con mi esposa (entonces con nada de esposa y mucho de novia). ¿Una persona pedante, es aquella que sufre de gases? ¿Una  petulante es una persona que tiene pétalos? Esa noche me senté e inventé la historia sobre la mujer petulante. 
Dedicado a mi amiga Sofía Rojo, de New Italy Town, Córdoba city.



Pétalos

            Ella era petulante, no en el sentido de la pedantería (para eso estaba yo), sino que deshojaba los pétalos de sus amantes en un aburrido e insoportable me quiere/no me quiere, aún, sabiendo que los pétalos de las personas son número par.
            De ella me gustaba su perfume, perfume a flores, perfume del que ella renegaba, perfume a amantes que se le habían marchitado.
            Cuando me arrancó el primer pétalo no dolió. Lo arrancó de la lengua, y éste salió con un te quiero. Jamás me habían arrancado uno… ni un te quiero.
El segundo lo arrancó días más tarde de la patilla. Todo hombre que haya usado patilla sabe cuánto duele un fuerte jalón de pelo en esa zona, supongo que por ese motivo salió tan violento el no te quiero.
La reconciliación llegó mediante un ramo de flores obsequiado, flores que por cierto usó para hacer bombones. Con ella aprendí eso, se pintan los pétalos con un almíbar aguachento y se los rocía con azúcar impalpable.
El tercer pétalo lo sacó accidentalmente mientras me quitaba pelusa del ombligo.
El siguiente se cayó sólo, fue en medio de una acalorada discusión. Se desprendió por culpa de un tal Newton.
La quería y la quería con locura, pero ella no podía contener esa voz interior que la llamaba a arrancarme de un pellizcón los pétalos. Al cabo de unos meses de relación comencé a usar sombrero para disimular una prominente alopecia foliada. Intenté frenar este proceso untándome en abono. Esto funcionó la primera semana pero desistí de ello por el desagradable olor que me dejaba, todos sabemos con qué se hacen estos productos. Probé tomando unas pastillas germinantes que tuvieron un placentero efecto afrodisíaco, pero al fin de cuentas los pétalos que ella me arrancaba no volvían a crecer.
Así continuamos juntos hasta que quedé con un solo pétalo, un último solitario y pobrecito pétalo, que por una de esas casualidades poéticas estaba ubicado justo en el lado izquierdo de mi pecho, encima del corazón. Estaba debilucho y amenazaba con caerse. Lo aseguré emparchándolo con cinta scotch. No quería no quererla más.
Me dediqué a tenerle las manos ocupadas, a regalarle tantos anillos para que los dedos pesados y torpes no pudieran acercarse hasta mi pecho.

¡Malditos joyeros! ¡Y malditos los espejos de las joyerías!
Mi amada miraba un juego de aros cuando ese joyero al que he jurado vendetta le ofreció probárselos frente a un espejo. Ella se contempló un largo rato, estudiándose, repasándose, haciendo un doctorado de sí misma. Pensé que los aros no le gustaban y propuse mirar otros anillos, todavía más grandes y pesados.
—¿Te has dado cuenta? —Me preguntó por fin—. ¿No me parezco a una flor?
—¡Sí, amor mío! La flor más bella. Tu piel tiene la suavidad de una magnolia en la mañana y el color de las flores del manzano, y tus ojos están hechos de hojas de arce en otoño.
Me sonrió y pasó los siguientes minutos confirmándose frente a su reflejo.
—No te quiero más —me anunció—. Yo misma tengo los pétalos, los aromas y los colores que necesito, me he dado cuenta. No es justo que te deshoje. —Me dijo y me abandonó para siempre.

…y este maldito pétalo traidor no se cae, no se marchita, no deja de quererla.



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