Hace unos días, conversando con amigos sobre un par de
satisfacciones que me ha dado “Cuentos Criollos”, uno me felicitó y me dijo: “Es
muy bueno que te vaya bien, sobre todo en estos tiempos que la lectura se ha
vuelto sólo para las elites”.
A ver, Cuentos Criollos es un auténtico producto nacional y (poco)
popular. La idea del programa es tan sencilla como la de un grupo de amigos
juntándose a leer en voz alta cuentos de escritores argentinos, escritores que
van desde el prestigioso Grupo de Florida (Borges, Bioy Casares, Marechal,
Güiraldes), su contracara, el Grupo de Boedo (Arlt, Yunque, Barletta), nuevas
apariciones en las letras argentinas, hasta escritores talleristas de todos los
recovecos de la Argentina. El único requisito de los textos es su grado de
oralidad, y otro totalmente subjetivo como es el de gustarnos a quienes hacemos
el programa.
Para hacer buena literatura no hace falta pertenecer a
ninguna elite social, sino tener ganas de contar buenas historias, véase la
historia de Lucio Mansilla y compáresela con la de Pablo Ramos o Washinton
Cucurto.
Lo mismo sucede con la lectura.
Creo que se ha sobrestimado el poder formador de la lectura.
“Que la lectura te hace más inteligente” me parece nada más que un meme que
data de otros tiempos. Hace unas cuantas décadas Pierre Bourdieu explicó que
algunas personas se creían superiores a otras por su condición de inteligentes,
inteligencia que ellos creían era herencia biológica. A esto lo llamó “Racismo
de la Inteligencia”, y explicó que la inteligencia de estas elites no provenía
de su biología, sino de sus recursos económicos que les permitían el acceso a la
educación (privada) y al soporte para la misma (libros).
Ahora analicemos lo siguiente: En las últimas décadas se ha
abaratado enormemente el mercado de los libros (esto se debe a las nuevas tecnologías
de reproducción y a la precarización de los materiales con los que se hacen), aparecieron
maquinas para copiarlos (fotocopiadoras e impresoras de ordenador) y el soporte digital (la internet, los e-books
y los audiolibros). Por todas estas cosas creo que el ciudadano promedio de hoy
debe haber leído mucho más que el ciudadano de elites de hace unas cuantas
décadas o siglos atrás.
Nunca hice la cuenta, pero estimo que en mis 33 años debo
haber leído cerca de 1.000 títulos, y no sólo no soy más inteligente, sino que
sigo tan torpe como siempre. Ni hablar de Sócrates, que por su época si pudo
acceder a un libro, debió ser sólo uno y nada más, y aún así sigue siendo una
de las mentes más brillantes que ha dado la humanidad.
Pues, si la lectura no te hace más inteligente… ¿Qué es lo
que tienen de especial los libros? Es fácil de responder, y me sorprende que
muchos docentes no lo inculquen desde la temprana edad. La literatura ES
DIVERTIDA, es tanto o más divertida que ver una buena película, pues en el
libro el protagonista no es el galán de moda que me dice Hollywood, sino uno
mismo.
Sobre las sensaciones que genera la lectura les confieso algunas cosas que pasaron en la producción de Cuentos Criollos. Aunque había sido leído con anterioridad (y por eso mismo elegido), cuando grabé el cuento de Esteban Valentino “No dejes que una bomba dañe el clavel de la bandeja”, tuve que hacer mil cortes en la grabación porque en la lectura se me escapaba el llanto, no era el personaje de Ernesto el que sufría, sino yo mismo, y yo era quien contaba la desgracia de Malvinas que le tocó sufrir al personaje adolescente. Lo mismo le sucedió a María del Carmen Arellano cuando grabó el texto de Nadine Alemán “La aúca”. Algo parecido sucedió cuando grabé “Ulpidio Vega” de Fontanarrosa, tenía que parar una y mil veces para que la carcajada que me salía no quedara registrada.
Por último y para cerrar este post. Se ha dicho que la
Internet ha dañado considerablemente el mercado del libro. No creo que eso sea
así.
La Internet ha cambiado la manera de consumir productos
culturales, ya sea la música, el cine o los libros. Hoy la gente consume más
cine y música que nunca. Las pérdidas monetarias de las empresas de bienes
culturales no se deben a la irrupción de la Internet, sino a su incapacidad de
adaptarse a los nuevos rumbos del mercado.
No sé si el rumbo que tomamos cuando decidimos hacer Cuentos
Criollos es el correcto, pero al menos debemos andar cerca del mismo. Algunos oyentes nos han escrito contándonos que gracias al
programa ahora pueden “culturizarse un poco” (sic) y conocer nuevos autores,
que muchas veces nos escuchan a través de su celular cuando viajan en
colectivo, cuando cocinan, o cuando arreglan el patio. Obvio que preferiríamos
que nos escuchen tirados en un sillón de cuero, con una copita de coñac en la
mano e iluminados por una lámpara de bronce, pero tanto nosotros (cuatro amigos
amateurs) como las empresas de bienes culturales debemos entender que por la
precarización laboral de los últimos años, el ciudadano ya no tiene tiempo de
sentarse a disfrutar de una buena historia. O pensamos en reestructurar toda la
economía mundial para que el trabajador tenga un poco más de tiempo disponible
para el ocio, o buscamos la manera de que los productos culturales se adapten a
sus tiempos y necesidades.
Amén.