Reflexión y Gravedad
...hay alguien que te necesita.
Falco - Jeanny
Cuando el
Efecto Tequila sacudió al país, su resaca dejó a casi todos con el culo mirando
al Norte. Los profesores nos pedían, antes de empezar sus clases, que les
recordáramos a nuestros padres que la cuota se pagaba del 1 al 10. Los alumnos
nos mirábamos ignorando a qué se referían. Después empezaron a pedirnos que
reconsideráramos nuestra situación, que si nuestra economía no daba para pagar
un colegio privado, no íbamos a ser menos dignos por ir a uno público, que así
podíamos dejarle cupo a chicos que sí podían pagar. Con el correr de los meses
varios pidieron el pase, pero nadie se sentó en los bancos que quedaron. Lo más
bajo fue lo que hizo el pelado de Sociales, que avisó que quienes le adjuntaran
el recibo de la cuota en el examen tendrían dos puntos extra. Si ese año no me
llevé la materia fue gracias a que mis viejos estaban en el minúsculo grupo de
los pagadores. Pronto los profesores empezaron a renunciar y en sus lugares
llegaron estudiantes universitarios avanzados, alumnos hambrientos que
aceptaron las horas por un tercio de su valor.
Así fue
como a Física llegó Yeni, la profe más linda del mundo con sus 22 años a
cuesta, rubia y con una nasal y sensual tonada mendocina. Era distinta a todos
los profesores que conocíamos. Llegaba en bicicleta y escuchando walkman. Usaba
jeans que, aunque sueltos, denotaban una colita de manzana que era la delicia
de los pibes. Le gustaba enseñar y se empeñaba en que todos, aún los que ya
habían decidido llevarse la materia, entendieran. Bajo la excusa de que la tiza
le producía piel de gallina explicaba y desarrollaba los ejercicios en los
cuadernos de los más vagos, obligándonos a entender Física por ser los
anfitriones de los cuadernos. Nos encantaba que hiciera eso, ya que de tan
cerca que se nos ponía podíamos sentirle su perfume dulzón y espiarle el escote
a través de los botones abiertos de la camisa.
Una vez
entró al aula y en su recorrida visual me encontró sentado en uno de los bancos
del fondo escuchando música. Me quitó los auriculares, y en vez de retarme se
los llevó a los oídos para intentar reconocer qué sonaba. Era un enganchado de
Los Visitantes.
—¿Te gusta
esta música? —Preguntó y se lo confirmé asintiendo con la cabeza—. Te voy a
traer un casét con una banda mendocina que te va a encantar.
Le
agradecí la intención y guardé el walkman.
Al recreo
siguiente el Mono dijo que la profe lo había invitado a la casa.
—¡Callate!
¡Mentiroso! —Le dijimos a coro.
—¿Qué
tiene? Dijo que era para ayudarme a levantar el promedio.
Al día
siguiente contó que la había visitado, que ella lo esperaba con un camisón
semitransparente, que él sacó su cuaderno, pero que le dijo que era muy mal
alumno, que para qué perder tiempo estudiando si podían cojer, que sabía que le
gustaba porque se había dado cuenta cómo la miraba, y que ahí nomás lo
desvistió y empezaron a hacerlo en el comedor. Le pedimos detalles y el Mono
los daba dosificándolos con maestría. Al menos hasta el próximo jueves fue nuestro
héroe: la profe estaba re buena y además era gauchita; todos deseábamos su
suerte.
Empezó la
hora de Física. Yeni dictó ejercicios. Mientras los resolvíamos me miraba con
insistencia. Tenía la esperanza que fuera para invitarme a su casa, pero no. De
los 10 ejercicios, el único que los resolvió a todos correctamente fue el Mono.
Al
terminar la clase se acercó y me dio un casét virgen. En su tapita decía en
manuscrita Alcohol Etílico, y un corazón dibujado a un costado.
—Es mi
banda favorita. Creo que te va a gustar.
—¡Gracias
profe! Lo copio y se lo devuelvo.
—¡No! Es
un regalo. Dejátelo.
Puse el
casét y me eché en la cama. Alcohol Etílico sonaba lindo. Era una mezcla de la
banda chilena Los Tres y la mexicana Maná con los Enanitos Verdes. Pero el
hecho de que el casét me lo hubiera regalado una profe, nada menos que una
profe joven que estaba re buena, hacía de esa banda una mejor que los Rolling.
Pensaba en lo que había contado el Mono. Ahora no le creía nada. Era obvio que
había visitado a la profe, sino no había forma de que un neandertal como él
hubiera resuelto bien los ejercicios. Me gustaba imaginar que la profe Yeni
fuera capaz de cojer con sus alumnos. Todavía era virgen y me pesaba demasiado,
sobre todo a esa edad donde todos presumían de haberle visto la cara a Dios, e
incluso haberle sugerido un lifting. Sonaba una canción que decía: eh pibe,
cómo estás / cae la lluvia, te vas a mojar / y dónde están tus padres / en esta
noche tan tarde. Me imaginaba a la profe, empapada por una lluvia
torrencial recitándome eso, con su camisa mojada transparentándole las tetas y
los pezones duros. Con sólo pensarlo así, fue cuestión de apenas pajearme un
poco para terminar.
En el
primer recreo el Pollo contó que la tarde anterior le había tocado a él, que
cayó a que le explicara cómo resolver los problemas, pero que le contestó que
Física sólo en el colegio, y que se bajara los pantalones, que se moría de
ganas de chupársela, y comenzó a dar detalles de una aventura porno
incomprobable. Cada acción que relataba buscaba la aprobación del Mono. No
podíamos saber cuánto cojió o cuánto estudió hasta dentro de unos días que
volviéramos a tener la materia y ver cómo resolvía los ejercicios. Al menos por
unos días lo miramos con una desconfiada admiración.
El lunes
antes de entrar al aula, Yeni preguntó si me había gustado el casét.
—Muchísimo
—respondí—. La que más me gustó es Llueve —y para mis adentros pensaba en qué
cara pondría si le dijera que me pajeé con esa canción pensando en ella.
—¡Es
genial! ¡También es mi favorita! —Dijo y trató de entonar el estribillo—: Llueve,
no lo puedo parar / lo que siento, no lo puedo parar.
Le sonreí
y me pareció que el verde de sus ojos se asentaba en el marrón de los míos como
queriendo dominarlos.
Durante la
clase el Pollo falló unos ejercicios, pero ante la mención de la profe acordate
lo que te dije, no podés mezclar papas con zapallos, terminó resolviéndolos
bien.
Aunque
aprobamos todos, mi examen estuvo muy flojo. Saqué un 8 y, obvio, no protesté.
Tuve ganas
de devolverle el gesto musical. No sabía qué grabarle. Supuse que le gustaba el
rock en castellano. Le hice un mezcladito con los mejores temas de Miguel
Mateos. Como no tenía ningún casét de él, llamaba a la radio, pedía un tema
pidiéndole al operador que no lo pisara, y una vez grabada la canción, repetía
el proceso con otra emisora. Cuando en el lomo anoté el nombre del cantante, y
aunque me parecía muy cursi, reemplacé la O por un corazón.
Le conté
que le tenía un regalo. Yeni dijo que era un dulce y me dio un beso en la
mejilla. Apenas leyó el nombre de Miguel Mateos dijo que lo amaba, que a ella
le gustaban los morochos, pero que Miguel Mateos era el único rubio que le
gustaba, que le encantaba su música y sus letras.
Supimos en
esos días que Joselo y Ale también habían visitado a la profe. Joselo presumía
de las generosidades de Yeni y de su adicción al sexo anal. Ninguno le creía.
Pero Ale contaba que a él sólo le dio consulta, que le dio algunos conceptos y
hasta que incluso le cebó mate durante el rato que estuvo. Esa versión sin
ningún ornamento nos hacía sospechar que esta vez sí podía haber pasado algo.
Un jueves
de Noviembre, apenas terminó su clase, Yeni dijo que aunque me iba muy bien en
su materia y no necesitaba consulta, podía ir a conocer su casa cuando
quisiera. Me gusta creer que lo del viernes a la noche fue idea suya, pero la
verdad es que el día y el horario lo dije yo. Yeni primero dudó en aceptar,
luego rió nerviosa y finalmente dijo que estaba bien, que fuera cenado y que
sería apenas un rato.
Esa noche
casi no pude dormir. Escuchaba una y otra vez el casét y el corazón me
golpeteaba loco en las costillas. Pensaba en todo lo que habían dicho de ella y
no creía nada, o no quería creer, pero debía hacerlo, sino la esperanza de mi
debut sexual con la profe más linda del mundo era en vano. Para tratar de
relajarme me eché varias pajas y en cada una Yeni fue la musa.
El viernes
apenas si presté atención en clase. Sin contarles que esa noche el invitado era
yo, interrogué una y otra vez al Mono, al Pollo y a Joselo sobre los detalles
de sus encuentros con la profe, y estos repitieron una y otra vez sus
historias, enriqueciéndolas en detalles, o a veces cambiando la secuencia de
los hechos.
Durante la
tarde me bañé varias veces y revolví el placar buscando la mejor combinación de
pilchas. También mezclé varios perfumes y llegué, incluso, a echarme en las
bolas. ¡Ardió más que la mierda! A medida que las horas pasaban el pecho me
latía con más fuerza y me costaba respirar.
Quince
minutos antes de la hora pactada salí de casa. Caminé las cuadras a paso lento,
con todo el cuerpo tieso de ansiedad, apenas pudiendo flexionar las rodillas.
Llegué a
la dirección anotada. La puerta de calle tenía un vidrio esmerilado. La luz
dejaba ver una figura que esperaba en el interior. No toqué timbre. Preferí
esperar. Pensé en salir corriendo, volver a casa y tirarme en un sillón a ver
tele. Al cabo de un rato observándonos las deformadas siluetas a través del
vidrio, la puerta se abrió. Yeni estaba muy bonita. Tenía el pelo recogido, los
labios pintados de un rojo chillón y los ojos con una sombra que le enmarcaba
su verde felino. Tenía un vestido suelto. Su rostro estaba incómodo. Sonreí y
la saludé sin emitir sonido. Me hizo pasar. Su casa se trataba de un amplio
monoambiente, posiblemente hubiera sido un viejo caserón transformado en varios
y redituables departamentos. Tomé asiento y le pregunté si tenía planeado
salir. Negó con la cabeza y preguntó si yo tenía los mismos planes. También
dije que no. Ya no quedaban dudas, se había arreglado así para mí. Quedamos
observándonos en silencio, notando como la tensión sexual crecía con el sonido
del reloj de pared como única banda de sonido.
—Usted es
muy bonita, profe —le murmuré. La voz me salió aguda.
—Sos muy
hermoso. ¿Por qué no naciste cinco años antes?
No sabía
si esa pregunta esperaba respuesta, tampoco si Yeni esperaba a que diera el
primer paso, o si la responsabilidad de hacerlo caía en ella por ser la mayor,
la que más experiencia tenía.
Repasaba
los detalles de la casa evitando mirarla a los ojos. Mi silencio le resultaba
cómodo para sus incertidumbres. Tomé coraje, me levanté del asiento y busqué su
boca para besarla, pero corrió la cara y el beso se estrelló en su mejilla con
un sonoro chuic. Noté como su respiración era pesada y nerviosa. Tomó mi
cara entre sus manos, tratando de mantenerme a unos pocos centímetros. Sus ojos
escaneaban cada detalle mío, y los repasanba con la yema de un dedo. Sonrió. Vi
como su expresión y su cuerpo se relajaban. De un mueble trajo un lápiz y
varias hojas sueltas. Anotó unos ejercicios de cálculo de gravedad. Dijo que
eran complicados, pero que esperaba mucho de mí, y que mientras los resolvía
ella prepararía café. En algunas hojas reconocí la letra del Mono, la del
Pollo, la de Ale, y la de Joselo.
Ciento
veinte minutos más tarde, cuando hube resuelto diez ejercicios sin ningún error,
nos despedimos hasta la semana siguiente. Volví a casa sin lamentarme de nada.
Ese lunes
en el primer recreo yo también mentí, yo también conté cosas que no pasaron.
En
Diciembre, cansada de que no le pagarán, Yeni renunció.