miércoles, 28 de octubre de 2020

Baño de chicas


En julio participé, junto a otros escritores de San Luis, de la tercera edición del Mundial de Escritura organizado por Santiago Llach. Fue una experiencia hermosa, donde durante dos semanas debimos escribir sobre distintas consignas. De allí salieron algunos relatos que hoy andan concursando por ahí, y uno que incluí en mi próximo libro titulado La contabilidad de los cuervos. De esos ejercicios surgió el texto que muestro hoy. Había que escribir sobre una conversación que acontece en un baño público. Este fue el resultado.


Baño de chicas

Simona traba la puerta, y con tiritas de papel higiénico cubre la cerámica del inodoro para poder sentarse. Ese olor mezcla de lavandina y orín de a poco se va volviendo familiar.

Odia las clases de La Hitler, la vieja de Matemáticas. Avisó a la preceptora que estaba descompuesta y que estaría en el baño por un rato. Tiene la idea de quedarse allí durante lo que dure la hora.

Encuentra en el piso un cigarrillo a medio fumar, es de buena marca. Lo enciende y pita. Se marea, siempre le sucede lo mismo cuando fuma en la mañana.

Observa las anotaciones en las paredes. Andréa bañate, Me limpio el culo con las hojas de Religión, Hail Satán, Gera Hidalgo papito, En caso de emergencia salir cagando, Ana T te comés al novio de Cele S, Te desvirgo a lengüetazos, y un número anotado. Se pregunta si ese teléfono será real, si es de alguien que realmente gusta de tener sexo con mujeres, o si se trata de una broma a la propietaria del número.

Se oyen entrar varias voces. Por el timbre deduce que son chicas de los últimos años.

Tenemos diez minutos, dice una.

Nota cómo las chicas buscan lugar en las divisiones. Aunque su puerta está trabada, levanta los pies del suelo para que no la noten. Una intenta abrir y ante el fracaso se acomoda en el compartimento vecino.

Otra voz dice que cronometrará y cuenta hasta tres.

Simona oye como el baño empieza a inundarse de gemidos. Pensó que se trataba sólo de un rumor, pero ahora confirma que es algo cierto. Las competencias de orgasmos. Se comenta que las chicas de Sexto B se encierran en el baño a masturbarse, que aquella que termina primero ganaba. Los jadeos le provocan una comezón en la imaginación, y siente la tentación de empezar a tocarse. Sube la mano por una pierna y en ese instante escucha que de su izquierda empiezan a gritar exageradamente.

Ganó la Lila, celebra una voz.

Unas la felicitan y otra piden unos minutos para terminar su labor.

Después el baño queda vacío.

Empieza a aburrirse, y piensa que para la próxima clase de Matemáticas deberá traer una revista, como la Bravo o la You, que traen letras de canciones, notas a los cantantes que le gustan, y consejos para volverlos locos y ligar. Ya entendió que ligar significa tranzar, chapar o apretar

Simo ¿estás bien? Pregunta la voz de la gorda Tati

Sí, responde.

La profe me mandó a ver cómo estabas.

Me fugué, dice y nota como su compañera se sienta en la división vecina. Decile que vomité, que apenas me reponga vuelvo al aula.

Oye un pedo y luego sonidos guturales. El olor de la gorda es terrible, igualito al de la bombita de olor que tiraron las mellis Canale para intentar zafar de la prueba de Naturales.

Gorda culiada, dice.

¿Y qué querés que haga? Contesta. El baño es para mear y cagar. Si no te gustan los olores escapate a otro lado.

En el buffet no puedo, y en el patio me mandarían de vuelta.

Tati pide papel y se lo alcanza por debajo del panel.

Vuelve a quedar sola. Observa un enorme pene dibujado en la puerta. ¿Por qué una chica dibujaría el genital masculino? Encuentra algo infantil y hasta divertido que los varones los dibujen, pero no las mujeres. Los chicos piensan que tener pene, sobre todo uno enorme, es signo de poder. Sin embargo ninguna de las chicas que conoce cometen las estupideces que los chicos hacen por intentar llevarlas a la cama. La vulva le parece un auténtico signo de poder. ¿Por qué no dibujarla?

¿Cómo está tu hermana? ¿Cuándo le dan el alta? Pregunta una nueva voz.

Se la dieron ayer, ahora está en casa. Ahora viene todo el proceso judicial, dice otra.

Aunque no reconoce las voces, adivina que una de ellas es la Pechocha Tardelli, de Tercero A. Todo el colegio habla de lo que le sucedió a su hermana, egresada de la escuela. A la salida del boliche la violaron entre dos, y que uno de los agresores era el Falopa Fontana, un rubio de la Normal de varones que está para chuparse los dedos. La habían sometido a todo tipo de vejaciones, incluso le había metido un envase de cerveza que le desgarró todo el útero.

Siente olor a cigarrillos baratos. Vuelve a levantar los pies del suelo para que no la noten, le da morbo escuchar lo que cuentan.

Vos estuviste con ella en el boliche, insiste la primera voz, contame cómo fue.

Uff, bufa la Tardelli. Ya lo saben todos. Estábamos bailando. En un momento se le acercó el Falopa, charlaron y se fueron. Antes de irse, me dijo que nos encontrábamos a la salida. Cuando nos vimos pedimos el taxi y volvimos a casa. Ahí se quejaba de dolores. Pensé que le estaba por venir. Y a la mañana siguiente, cuando mis viejos quieren despertarla no pueden. Cuando la destapan, ven un enorme charco de sangre en la cama. La internaron y cuando despertó contó que el Falopa y un amigo la habían violado.

Pero esa noche, ¿no te dijo nada? Pregunta la otra.

No responde, y Simona siente curiosidad por cómo será la expresión de la Pechocha.

No me imagino la que debe estar pasando tu familia, agrega. Decí que en Argentina no hay pena de muerte. Esos hijos de puta se merecen lo peor. En la cárcel a los violadores les hacen de todo. Los van a violar y les van a meter la botella por el culo…

Se hace un silencio. Escucha a la Tardelli sollozar. Imagina que la otra debe estar abrazándola.

El Falopa no fue, dice en el volumen casi inaudible y con un tono chillón. Simona se alerta.

¿Cómo que no fue? Pregunta incrédula la otra.

Prometeme que no vas a decir nada, pide y trata de recuperar el aliento.

La otra no responde, e imagina que debe haberlo prometido haciendo en su boca la señal de la cruz.

Mi papá no sabe nada. El Falopa tiene novia. Cuando mi hermana quedó embarazada dijo que no era suyo, y se borró. Cuando mamá se enteró, la llevó a una vieja para que le sacara el bebé. Fue un viernes a la mañana. Esa noche salimos juntas y se fue a coger con el Falopa, incluso sabiendo que no podía, que era peligroso, y empieza a llorar.

¿Y el otro pibe?

Se la está comiendo de arriba por ser amigo. Para colmo, las heridas confirman la versión que mamá la obligó a contar.

No te sientas mal, trata de convencerla. Alguna vez los hombres tenían que pagar por lo que nos hacen. Una vez aunque sea.

Cuando terminan el cigarrillo abandonan el baño.

Simona piensa en lo que acaba de escuchar. En sus manos tiene el poder de decidir el futuro del bombonazo del Falopa y su amigo, puede elegir que los chicos se conviertan en la novia puta de la cárcel, o sentar en el banquillo a la hermana y la madre de la Tardelli a dar explicaciones por la falsa acusación y el aborto de un bebé que no nacerá. Pero no quiere ese poder, y ella, si quedara embarazada, también abortaría.

Antes de levantarse, obedece a un extraño impulso y saca de su bolsillo un marcador. En la puerta escribe Hitler conchuda, tu marido te engaña. Se echa para atrás, mira su obra y siente orgullo.

Quita la traba y sale.