Es
hora de retomar.
El
tiempo de abandono del blog se debe (además de olvido y pereza) a la finalización
de un volumen de cuentos. En este momento me encuentro en la etapa de pulido y
corrección. Apenas finalice realizaré el papeleo de los DDAA y comenzaré a
postear.
Además
tengo un par de cuentos concursando por ahí y hasta que no salgan las
resoluciones y por aceptación de términos no se pueden mostrar.
Bien,
vamos a lo interesante. Como ya he expresado en varias ocasiones no me gusta la
poesía, quizá por mi nula capacidad de decir algo en pocas palabras y con elegancia.
Hace
unos meses leyendo “Crónicas del hombre alto” de Alfredo di Bernardo, encontré
una cita de Faulkner que me dejó pensando: "lo más triste del amor no es que no dure siempre, sino que la
desesperación que produce se pueda olvidar tan pronto".
En
el acto recordé mis tiempos de adolescente, cuando en las noches dejaba una
carta de despedida a un amor no correspondido pensando que a la mañana
siguiente no despertaría: habría muerto de amor. Me dormía imaginando el rostro
de la chica llorando al lado del cajón. El asunto es que siempre me desperté, y
en las cartas de despedida debo haber escrito más de cincuenta nombres
distintos.
Ese
recuerdo que hoy me sonroja y me despierta ternura, más la frase de Faulkner,
inspiró una idea demasiado flaca como para cuento, y que tan sólo podía
expresarla intentando un poema.
Que
les sea leve. (Perdón Vladimir Holan)
Poema de la tetona
En
el fondo mi memoria
flota
la imagen de una tetona
que
me tuvo a mal traer
toda
la adolescencia.
Ella
no fue la primera en enamorarme
ni
tampoco la primera en no corresponderme.
Ella
inauguró en mí la desesperación.
Fui
buen alumno,
me
peiné con gel,
metí
mil goles
y
aprendí a tocar la guitarra
sólo
para que se fijara en mí.
(Al
parecer, sus enormes pechos
no
la dejaban verme).
Todo
esto lo hice,
para
que el primer día
luego
de haber terminado el colegio
no
volviera a recordarla hasta hoy.